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Fernando Rei

Fernando Rei Stoupa Sardiñas

Fernando Rei era lo que hoy denominaríamos «multipotencial»; los de generaciones anteriores le llamaríamos «renacentista». A todo se enganchaba sin remedio: pintura, arquitectura, escultura, cocina, carpinteiría… y en todo dejaba su impronta.  

Él, inquieto y habilidoso, había triunfar en este mundo de inteligencias divergentes, creativas, task, multitask, skills y espacios maker… todo bien lejos de teorías, programas y materias. Fernando siempre prefirió leer un libro de poesía que uno de crítica; más cerca de Jonh Berguer, Cormack MaCarthy o Mary Oliver que de compendios y teorías.  

Con Mary Oliver deambuló por los «territorios salvajes de la creación»; por ese tiempo íntimo que se alarga o constriñe, la voluntad del creador. Con Berguer, determinó que el largo o breve proceso de pintar un cuadro es el proceso de construcción de un momento que va dirigido a la contemplación. Para Fernando, la pintura exigía dedicación, silencio, soledad y concentración… para él, un día perfecto y como decía MaCarthy, «el molde para los días futuros».

Pero el título de esta reseña es «Trazo y color: el resultado es superior a la suma de las partes»;  por que?

Nada es real en la pintura, ni tampoco en la obra de Fernando Rei. Pero él fue quien de establecer un diálogo íntimo y delicado con su obra y con el espectador. Triangulou eficazmente los tres ejes de la creación (la realidad, el vistazo creador del artista y el vistazo receptor del observador). 

Su formación de arquitecto lo suministró de una segura base para el dibujo y la composición, sin embargo, Fernando ya no precisaba dibujar; no lo pensaba, el dibujo no fue una elección, venía de por sí. Mismo parece querer eliminarlo para singularizar el trazo con el color, en la búsqueda de la evocación: el mar frío, líquido; la tierra húmeda; la fluidez del agua, el movimiento pausado y silencioso… la espera.

Dice Jonh Berguer: «… el que nos asombra no puede ser el vestigio del que ya fue». Lejos de extrañezas, cerca de nosotros, todos podemos reconocer en su pintura trazos esenciales observados, interiorizados, pensados, deshechos y vueltos a crear de manera singular. No hay vestigios, hay una voluntad creadora, un vistazo nuevo y diferente sobre la realidad.

Ahora, desde lo silencio de su ausencia, esta contemplación es el único y solitario hilo rojo que nos une a él. 

Texto de Concha Martínez Mayo

Fernando Rei era o que hoxe denominariamos «multipotencial»; os de xeracións anteriores chamariámoslle «renacentista». A todo se enganchaba sen remedio: pintura, arquitectura, escultura, cociña, carpinteiría… e en todo deixaba a súa impronta.  

El, inquedo e habilidoso, había triunfar neste mundo de intelixencias diverxentes, creativas, task, multitask, skills e espazos maker… todo ben lonxe de teorías, programas e materias. Fenando sempre preferiu ler un libro de poesía que un de crítica; máis preto de Jonh Berguer, Cormack MaCarthy ou Mary Oliver que de compendios e teorías.  

Con Mary Oliver deambulou polos «territorios salvaxes da creación»; por ese tempo íntimo que se alonga ou constrinxe, a vontade do creador. Con Berguer, determinou que o longo ou breve proceso de pintar un cadro é o proceso de construcción dun momento que vai dirixido á contemplación. Para Fernando, a pintura esixía dedicación, silencio, soidade e concentración… para el, un día perfecto e como dicía MaCarthy, «o molde para os días futuros».

Pero o título desta reseña é «Trazo e cor: o resultado é superior á suma das partes»;  por que?

Nada é real na pintura, nin tampouco na obra de Fernando Rei. Pero él foi quen de establecer un diálogo íntimo e delicado coa súa obra e co espectador. Triangulou eficazmente os tres eixos da creación (a realidade, a ollada creadora do artista e a ollada receptora do observador). 

A súa formación de arquitecto forneceuno dunha segura base para o debuxo e a composición, porén, Fernando xa non precisaba debuxar; non o pensaba, o debuxo non foi unha elección, viña de seu. Mesmo parece querer eliminalo para singularizar o trazo coa cor, na procura da evocación: o mar frío, líquido; a terra húmida; a fluidez da auga, o movemento pausado e silencioso… a espera.

Di Jonh Berguer: «… o que nos asombra non pode ser o vestixio do que xa foi». Lonxe de estrañezas, preto de nós, todos podemos recoñecer na súa pintura trazos esenciais observados, interiorizados, pensados, desfeitos e voltos a crear de maneira singular. Non hai vestixios, hai unha vontade creadora, unha ollada nova e diferente sobre a realidade.

Agora, dende o silencio da súa ausencia, esta contemplación é o único e solitario fío vermello que nos une a el. 

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